América Latina es una región con mucho potencial en el sector educativo. Tiene desafíos, pero también grandes oportunidades. El desempeño de la región desde el año 2000 ha sido muy interesante y prometedor, a pesar de la crisis.
Es una forma de enseñar-aprender mediada por las nuevas tecnologías donde la interacción se da de una manera diferente a la presencial. Esta surgió como un apoyo a la educación a distancia, pero gracias al desarrollo de la tecnología y a las cada vez más exigentes necesidades de mayor cobertura, movilidad, falta de tiempo o de recursos, urgencia de actualización, entre otras, ha asumido su carácter particular.
A raíz de la pandemia se ha entendido mal el modelo de la educación virtual, confundiéndolo con las soluciones forzadas –y hasta improvisadas– a las que se tuvo que recurrir por los confinamientos y para salvaguardar el derecho a la educación de millones de estudiantes. No obstante, llevar la presencialidad a través de un dispositivo, no es virtualidad.
La virtualidad implica la implementación de un modelo sistémico que concibe una transformación en todos los ámbitos de una institución educativa: financiero, administrativo, de mercadeo, concepción de los programas, creación de los mismos desde una mentalidad digital, evaluación, actualización, entre otros, hasta la formación de un nuevo tipo de docentes, dirigidos también a otro concepto de estudiantes.
Varias instituciones –en todos los niveles educativos, desde básica hasta terciaria– han incursionado en la virtualidad buscando llegar a más personas y hacer realidad el derecho a la educación para todos, obviando las barreras del tiempo y del espacio. En general, el tipo de estudiante que recurre a este modelo es aquel que no puede acceder a un programa presencial por extraedad, falta de tiempo, recursos, dificultad de cambiar de lugar de residencia, con compromisos laborales o familiares ya adquiridos; así como el que desea especializarse, buscar actualizar de manera rápida las habilidades que su profesión le exige o simplemente por el placer de estudiar en el lugar y el momento que lo desee.
Según estudios de la Unesco, el fenómeno de la educación superior virtual se inició a finales de la década del noventa del siglo XX, lo que lo hace aún un proceso reciente. Este va de la mano del desarrollo de los medios informáticos y telemáticos, de la expansión del internet, así como de las demandas de la sociedad y del mercado laboral.
La virtualidad también ha permitido expandir el conocimiento y abrir las puertas a experiencias de aprendizaje colaborativas a nivel mundial –no necesariamente enmarcadas en un programa académico–, que además han puesto en entredicho qué debemos aprender y cómo debemos aprenderlo; cuestionamientos importantes que debemos seguir reflexionando.
Si bien es cierto que la virtualidad no es el remplazo de la presencialidad o de la educación a distancia, sí es un modelo que cada día tiene mayor acogida entre la gente. Como cualquier otro tipo de educación, tiene ventajas y desventajas.
Algunas de las ventajas es que permite la flexibilidad en el manejo del tiempo y el lugar donde se desee estudiar, reduce costos de movilización, disminuye el impacto ambiental, facilita el aprendizaje-enseñanza colaborativa internacional y se lleva a cabo de manera autónoma.
En cuanto a las desventajas está la necesidad de conexión a una red, el acceso a dispositivos electrónicos, poseer habilidades digitales y suficiente autodisciplina, también entre otras. Con la pandemia varias de estas están siendo cubiertas por los gobiernos. Las dos últimas, se pueden acompañar de manera adecuada desde una institución educativa.
Hoy en día, más que nunca, la educación busca formas de enseñar-aprender más personalizadas. La época victoriana de homogenización de los seres humanos, ha quedado en el pasado; o eso esperamos. Y la virtualidad toma relevancia como una herramienta que ayuda enormemente a cubrir las diferentes formas de aprendizaje de muchas personas. No todos aprenden igual ni tampoco enseñan igual; entre más opciones haya para cubrir esas diferencias, más inclusiva será la educación.
La virtualidad va abriéndose camino en un mundo donde –como ya lo ha dejado entrever la pandemia– las disrupciones globales pueden ser más recurrentes. El cambio climático, las transformaciones políticas o económicas, así lo vaticinan. El derecho a la educación exige –entonces– estar un paso adelante de estas circunstancias y prever con mayor antelación los escenarios futuros; con la ayuda de la tecnología puede ser más viable.